¿Acaso la verdad puede menos que causar decepción?
Me refiero a nuestra verdad, esa verdad que pone al desnudo el hecho de que nos esforzamos toda la vida en construirnos una apariencia que resulte agradable a los ojos del otro, ciego afán por hacernos de una cáscara que nos muestre de alguna manera respetables, envidiables, para los demás.
¿Estamos realmente a la altura de las apariencias que nos hemos inventado?
¿o, no somos más que, ante aquellos que han llegado a conocernos bajo la luz inquisidora de la verdad, causa de profunda decepción?
Al tratar de conciliar la propia imagen con la propia realidad, considerada de manera orgánica —es decir, tanto interior y exterior al ser—, surge inevitablemente una rajadura en el tejido social, una grieta a veces insalvable cuya existencia es posible tan solo porque tal tejido social funda sus mismas bases en la materia de lo aparente, porque la construcción toda de lo social , tal como lo conocemos hoy, no es más que mera apariencia. La sociedad, como la concebimos actualmente, para mantenerse en pie, no puede ser más que cáscara vacía.
Una vez más se hace claro y evidente el hecho de que es la hipocresía la base en que descansa todo aquello que consideramos como socialmente aceptable, como políticamente correcto, y es el hilo con el que se construye y mantiene el tejido social completo.
Alejandro M.