La Virtud y el Movimiento

Grabado del poeta inglés William Blake, «El Anciano de los Días», 1794

Por el miedo a despertar lo que tememos pueda ser el lado más oscuro de la naturaleza del hombre, nosotros, los hombres, hemos renunciado a toda posibilidad de encontrarnos con la Virtud y hacernos con ella.

Nos emparejamos en la mediocridad, y aún así nos enojamos al no poder comprender como es que con todo lo que tenemos, con todo lo que nuestro desarrollo científico y tecnológico ha conseguido, con todo nuestro dinero, aún no hemos alcanzado la felicidad, y todavía nos atrevemos a llamarnos «hombres y mujeres libres». Nos mantenemos atados de pies y manos a la ignorancia, a la comodidad y el desinterés, y así también pretendemos mantener a todo otro ser, de infinitas, únicas y auténticas capacidades, encadenado a nuestro lado, temeroso de todo aquello que podría llegar a conseguir con tan solo proponérselo, nos obligamos a ignorar hasta el olvido a la magnífica e inconmensurable belleza que podemos alcanzar con las mínimas intenciones de conseguirla, con tan solo abrir los ojos y estirar nuestros brazos.

La búsqueda permanente de «seguridad» —o de una estabilidad tan inmóvil e inmutable como la misma muerte, que sea capaz de proveérnosla—, se convierte en la excusa perfecta para revolcarnos en la mediocre comodidad, además de mantener a raya, e inmediatamente cubrir con inexpugnables vestiduras de fuerza, cualquier chispa de autenticidad que pudiera presentarse en algún otro, cualquier chispazo de luz que pudiera hacer a nuestra mediocridad aún más evidente.

No tememos a la mediocridad sino tememos mas bien al saber con certeza lo mediocre que hemos llegado a ser, y es por eso que mandamos a callar inmediatamente a todo el que muestre signos de la excelencia o virtud, por eso que nos hemos inventado tantos conceptos conformistas como el de «genio», «virtuoso», abrazamos una idea de «virtud absoluta» —que nos ha sido ciertamente negada—, como si Genialidad y Virtud fueran dones divinos, regalos de unos seres no humanos infinitamente superiores y externos a nuestra condición de «simples y limitados mortales»; nos inventamos las ideas de «Héroes» o «Elegidos por los dioses» para mantenernos conformes y contentos en nuestro charco de mezquindad, encontrándonos en ellos y su «naturaleza indudablemente superior» con la perfecta y más confortable justificación para lo inmensamente mediocres que podemos llegar ser, para quitar inmediatamente de nuestras manos toda responsabilidad de Ser mejores en nuestras vidas individuales, y así crear las condiciones que nos facilitarían el hacer de este mundo un lugar mejor en que vivir.

La única responsabilidad de que hacemos nuestra, respecto a la Virtud, es la de levantar figuras de Héroes e Ídolos, con la fuerza infinita de la hipocresía, la construir para ellos los los altares y adornarlos de fama, riquezas y otros excesos, para inmediatamente después poder tirarlos abajo, destruirlos completamente, arrancándoles la voz y mandándolos a callar de una vez y para siempre.

Pero la voz de la Virtud no puede ser mandada a callar.

Renunciamos a la vida,
abandonamos la plenitud,
la felicidad,
tan solo por salir corriendo,
para seguir nada más sobreviviendo
en la más gris comodidad.

¿Que vivimos?
¿De qué vida es que me hablan?

¿Que somos libres?
¿De qué clase de libertad,
nacida en la más flácida ignorancia,
es que me vienen a contar?

La Virtud y la Excelencia están ahí, al alcance de todos, y para tomarlas en nuestras manos primero debemos deshacernos del paralizante miedo al que nos tienen sometidos permanentemente, y volvernos seres sensibles, debemos transformar nuestras pálidas figuras parasitarias en seres creadores, nacidos de nuestra propia voluntad, seres capaces de mutar sus pieles, de abandonar nuestros modernos sentidos de artificio, hasta alcanzar la más pura percepción de la infinita e indefinible belleza que se oculta ahí, delante de nuestros ojos, frente a nuestros sentidos desnudos que, de sus propias cenizas, habrán vuelto a nacer; hasta hacernos uno con la magnífica belleza, oculta siempre detrás de lo seguro, de lo tranquilo y caprichosamente imperturbable, detrás de la inerte estructura de símbolos con que por siempre hemos pretendido mantener inmóvil e inmutable a una realidad cuya naturaleza es el fluir, el cambio, el constante movimiento; símbolos y vacías palabras con que pretendemos paradójicamente mantener a la vida en un estado que se muestra, ante los ojos atentos y los corazones dispuestos, más bien como la misma muerte.

Nos convencemos de que es la Vida a quien buscamos,
mientras los hechos nos abrazan a la Muerte.
Jamás será posible subestimar el enorme poder de convicción
que nace del lujo, la comodidad y el confort.

Abrazar la Virtud es abandonar la quietud en pos de volvernos constructores de una nueva realidad que responda a los valores más básicos y esenciales…

…de la Vida, Felicidad y Libertad.

Alejandro M.

Acerca de el Ale (αλιενάδος ανθρώπος)

Natural Born Dreamer. Ser vivo en constante aprendizaje del mundo, de la naturaleza, de la vida. «La conformidad no es propicia para la creación. Sólo la profunda incomodidad del alma es capaz de encender la llama apasionada de la inspiración.»
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3 respuestas a La Virtud y el Movimiento

  1. teresacabarrush dijo:

    Precioso artículo sobre todo su final: » Abrazar la Virtud es abandonar la quietud en pos de volvernos constructores de una nueva realidad que responda a los valores más básicos y esenciales…

    …de la Vida, Felicidad y Libertad.

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